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¿Cómo amar a quien no ves?

Si podemos decir que el amor a Dios es amor al prójimo, podemos decir también que este amor sublime está llamado a tocar tierra, a encarnarse en una actitud de servicio. Y si pienso en el servicio, es imposible que no me venga la imagen del lavatorio de los pies. Uno de esos pasajes evangélicos bien conocidos que está cargado de simbolismo y de gestos.

“Jesús, sabiendo de dónde venía y a donde iba, se quitó el manto, tomó la toalla y se puso a servir”.

Pienso que ninguna palabra podría definir mejor el tema de este post, porque si con algo tiene que ver el amor cristiano es con todo esto:

Con saber de dónde venimos y a dónde vamos. Reconocerse dentro de una dinámica de amor que nos precede, nos envuelve y nos supera. Una dinámica que nos hace entender la vida únicamente desde la relación, enseñándonos que la radicalidad evangélica, no tiene que ver con extremismos sino con ir a la raíz de cada uno, esa que nos dice quiénes somos y para qué hemos sido creados, esa que nos revela nuestra identidad y misión, nuestro modo personal de servir.

La segunda acción es estar dispuestos a quitarnos el manto, a desprendernos de nosotros mismos para ser uno con los otros, a renunciar a los dictámenes de la propia realización personal, a no buscar gratificaciones, reconocimientos o falsas justificaciones que tranquilicen la conciencia. En definitiva, en ser capaces de renunciar a nosotros mismos para que el otro encuentre espacio.


Y la tercera acción, tomar la toalla para ponernos a servir, nos habla de la gratuidad. De esa que sabe ceder el protagonismo, hacerse a la altura del más pequeño, y remangarse para ayudar al otro a recuperar la dignidad manchada o velada por el polvo del camino. Porque el servicio cristiano, en sus distintas labores asistenciales, no es otra cosa que un medio por el cual mostrarle a cada persona su valor inmenso, el de ser hijo de Dios. Mostrárselo con obras y no con palabras. Atreverse a liberar y lo que es más difícil, a dejarse liberar. Y es que el amor al prójimo, no consiste en una labor unidireccional, ni si quiera bidireccional, ya que este ponerse en camino de liberación, no es otra cosa que abrirnos juntos al amor de Dios.

El servicio entonces se convierte en camino compartido, en puentes transitados, en conquista de una libertad liberada por Dios que continúa encarnándose en quien está dispuesto a hacerse uno con los sentimientos de Jesús.

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