Muchos israelitas estaban angustiados en el destierro porque no tenían profetas, ni jefes, ni templo, ni sacrificios, ni ofrendas, ni un sitio donde ofrecérselas a Dios para alcanzar misericordia. Estaban inquietos porque no podían relacionarse con Dios. Unos pocos se dieron cuenta de que lo que sí tenían era su corazón, su vida… y que esa era la mejor ofrenda, la preferida de Dios. Se dieron cuenta de que lo importante no era lo que ellos podían darle a Dios