“Danos un signo”. A veces, la angustia que nos genera no tenerlo todo controlado nos invade y nos atrevemos a poner a prueba a Dios. Pedir un signo a Dios es intentar manipularlo, convertirlo en una aspirina mágica, buscar que él actúe a mi manera, no dejar a Dios ser Dios. Pero no hay mayor signo que el de un corazón con sed, dispuesto a cambiar, como el de los habitantes de Nínive, que abre camino a la esperanza incluso cuando todo parece perdido.